¿Es posible el socialismo hoy?
Marcelo Colussi [email protected], https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33 https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/ https://mcolussi.blogspot.com/ https://www.instagram.com/marcelocolussi8/ I A partir de la reversión de la revolución socialista en la Unión Soviética y del paso a mecanismos de libre mercado en la República Popular China, el aparato ideológico-cultural del capitalismo global dio por hecho que ese “cáncer” molesto del socialismo pasaba al baúl de los recuerdos. Ambos acontecimientos dejaron ver -para esa concepción capitalista de las cosas- que los ideales marxistas eran una pura fantasía irrealizable, una quimera imposible de apegarse a la verdadera esencia humana. Como ejemplo de esa lógica, un encendido antichavista de Venezuela, el cardenal Jorge Urosa Savino, dijo públicamente en la Universidad Católica Andrés Bello, sin la más mínima vergüenza, que “Los ricos nacieron para gobernar y los pobres para obedecerlos”. En otros términos: la desigual estructura del mundo -ricos y pobres, poderosos y desposeídos, o mejor dicho aún: explotadores y explotados- sería natural, seguramente producto de designios divinos. Por tanto, no valen las protestas y los intentos de modificar esa realidad dada. El socialismo, en tal sentido, es un afiebrado sistema irrealizable. “Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan los chavales! Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales”, podría decirse desde esa visión ideológica, remedando al andaluz Rafael de León. Resuenan ahí las palabras de la Dama de Hierro inglesa, Margaret Thatcher: “el mundo siempre ha sido así, y seguirá siéndolo. No hay alternativas contra ello”. Si dios lo quiso, así debe ser sin apelaciones. La voluntad divina debe respetarse. Faltaría agregar, solamente, que hablamos de un dios en particular, el de la tradición judeo-cristiana que rige desde hace dos milenios en lo que llamamos Occidente; pero se omiten ahí los alrededor de tres mil dioses que pueblan la historia humana, donde Jehová es uno más de tantos. Esa idea de diferencias connaturales no es nueva, y recorre toda la historia de la humanidad desde que hay sociedades divididas en clases sociales. Dicho de otro modo: siempre han existido justificaciones para las injusticias, cualesquiera sean. “Las razas superiores tienen el derecho porque también tienen un deber: el de civilizar a las razas inferiores”, pudo decir convencido de su afirmación un ministro francés del siglo XIX, Jules Ferry, “explicando” así la “conveniente necesidad” de una potencia imperialista expoliando a “salvajes” pueblos…, y civilizándolos. Con lo que se pudo llegar, extremando ya las cosas, a lo que un funcionario de la Unión Europea, Josep Borrell, externó, hablando de la “jungla” del planeta en comparación con el “jardín florido” que representaría el Viejo Mundo. O más aún, lo que el ex presidente de la superpotencia estadounidense Donald Trump -quien probablemente vuelva a ser su mandatario- expresó alguna vez, sin miramientos, dividiendo el mundo entre los países desarrollados (el suyo) y los “países de mierda” (obviamente, los otros, los que les envían “indeseables” migrantes). Esta es la ideología que puede generar el capitalismo. Véase que distinta esa ética a lo que puede decir un comunista como el presidente chino Xi Jinping: “Ninguna civilización es perfecta en el planeta. Tampoco está desprovista de méritos. Ninguna civilización puede juzgarse superior a otra”. El desciframiento del genoma humano dejó totalmente claro que todos los humanos somos iguales, más allá de circunstanciales diferencias superficiales pura adaptación al medio: color de la piel, del cabello o de los ojos. Incluso el despampanante desarrollo que está teniendo hoy China con su peculiar “socialismo de mercado”, es explicado por ese pensamiento conservador como producto de haberse volcado al capitalismo. En realidad, no es así, pero en la ideología dominante no cabe la idea que pueda haber algo más allá del lucro, de la ganancia y el individualismo absoluto en que todo ello se apoya. El capitalismo se sostiene en estos pilares. Allí la solidaridad es una rara avis. Sin dudas, y felizmente, son posibles otros pilares: el ser humano no tiene, por naturaleza, una condición de clase. Las diferencias económico-sociales que vienen marcando el ritmo de las sociedades desde que hubo excedente y alguien se lo apropió constituyéndose en el primer propietario hace unos 8.000 años con el advenimiento de la agricultura -nacimiento de la propiedad privada-, no están en nuestra carga genética. Son determinaciones históricas. Como bien lo expresó el anarquista Pierre-Joseph Proudhon: “La propiedad privada es el primer robo de la historia”. Si algo nos enseña el materialismo dialéctico es que nada es eterno, que todo fluye, pasa, desaparece. También el capitalismo. Pero pareciera que esta estructura económico-social se resiste a terminar. Con sus ya largos siglos de existencia ha salido airoso de innumerables confrontaciones; sobrevivió a crisis de superproducción, crisis financieras, guerras mundiales, revoluciones socialistas, organizaciones contestatarias de la clase trabajadora, pandemias, etc. No hay dudas que está muy bien blindado, que se resiste a los cambios. Se ha dicho al respecto, un tanto pomposamente, que es más fácil que se termine el mundo, por la actual crisis ecológica que nos puede matar a todas y todos, o por la guerra termonuclear que destruiría todo vestigio humano, a que termine el capitalismo. Pero el capitalismo no es eterno. Ya hay sobradas pruebas de que pueden construirse alternativas a su modelo, hoy día casi hegemónico a nivel global. Las sociedades socialistas que existieron logrando innegables avances civilizatorios, o las que existen hoy día (no hay que olvidar que el gigantesco progreso chino se hace en nombre de ideales socialistas, no capitalistas), las experiencias de fábricas recuperadas con control obrero en diversas partes del mundo que pueden producir exitosamente, movimientos de democracia de base real y no la farsa de las democracias representativas (como, por ejemplo, las heroicas Comunidades de Población en Resistencia -CPR- en Guatemala que se erigieron y mantuvieron en medio de la más cruenta guerra interna) o, si se quiere, sin representar una alternativa socialista pero sí un desafío al consumismo capitalista como las comunidades hippies de décadas pasadas, todo ello muestra que hay algo más allá del capitalismo. La cuestión es cómo construir hoy esa alternativa. El sistema capitalista aprendió mucho con el tiempo. Distinto a la clase trabajadora mundial, a