Cuba ¿capitalista? No: ¡definitivamente socialista!
Marcelo Colussi [email protected], La situación actual de la primera experiencia socialista en tierra latinoamericana llama a la reflexión para toda la izquierda. Cuba no renuncia al socialismo, pero cada vez se le hace más difícil mantenerlo. ¿Por qué? Porque construir el socialismo en un solo país en medio de un mar embravecido de ataques capitalistas, la experiencia lo demuestra, es casi imposible. O, al menos, abre el interrogante de cómo construir alternativas anticapitalistas sostenibles, con miras a un mundo distinto -que tendrá que venir en un futuro, cuando los socialismos ya no sean islas perdidas- en el actual planeta globalizado dirigido por poderes fabulosos. Para hablar de la revolución cubana empecemos con una cita de Fidel Castro que marca el talante de lo que está sucediendo allí desde 1959: “En el mundo hay 200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos está en Cuba”. Sin el más mínimo lugar a dudas, la revolución socialista que ahí tuvo lugar hace ya más de 60 años, ha mejorado sustancialmente la vida de la población. Eso es innegable. Medida la situación actual de la isla con parámetros de ingreso per capita, Cuba no aparece como un país rico, de altos ingresos. Pero no debe olvidarse que el socialismo se construye con otros parámetros: lo que falta allí son los oropeles que ofrece -mejor dicho aún: que obliga a consumir- el capitalismo. Si no hay niños en la calle, he ahí un logro fabuloso. Para la corporación mediática capitalista, sin embargo, cuentan más los shopping centers repletos de mercaderías -aunque muy pocos las puedan comprar- que la calidad de vida de la población. El proceso revolucionario cubano inició cambios enormes en la sociedad, tal como lo han hecho siempre estos procesos de transformación socialistas. Debe tenerse en cuenta también que Cuba se liberó del yugo imperial estadounidense teniendo como apoyo imprescindible a la Unión Soviética que, para ese entonces -aún con el criticable estalinismo vigente- era una gran potencia en ascenso, disputando su Guerra Fría con el gigante norteamericano. Sin el apoyo de Moscú la revolución cubana se hubiera visto en serias dificultades. De hecho, luego sí se vio en esa situación. Toda su vida estuvo marcada -y sigue estándolo- por la agresión inmisericorde de Washington. Desde el mismo momento de la revolución, en la Casa Blanca se prendieron las alarmas; ello trajo como una consecuencia inmediata la puesta en marcha de la Alianza para el Progreso, primera iniciativa de “cooperación” para el desarrollo -por supuesto, ¡con comillas!, porque no existe ninguna cooperación- destinada a Latinoamérica. Claramente un proyecto que buscaba que no se repitiera ninguna Cuba en el continente, un parche de agua fría sobre la pobreza crónica y exclusión de la zona, buscando evitar nuevos estallidos revolucionarios. “Estrategia contrainsurgente no armada”, como la consideraban los manuales de la CIA de esos años; mecanismos que luego se perpetuarían para todo el Sur global -o Tercer Mundo, como se le designaba anteriormente-, dejando remiendos, pequeñas dádivas para calmar dolores puntuales que impidieran la reacción popular generalizada. ¡Otra Cuba: jamás!, era la consigna. Además de ello, la reacción del gobierno estadounidense fue, a partir del 7 de febrero de 1962 y bajo la presidencia de John Kennedy, el establecimiento de un bloqueo total contra la isla. Esa medida, que nunca se levantó sino que, por el contrario, con diversas acciones posteriores fue ampliándose (Ley Helms-Burton, o Ley Torricelli, por ejemplo), marcó la marcha de la revolución. Dicho bloqueo impide al gobierno cubano adquirir tecnologías, materias primas e innumerables productos básicos para la sobrevivencia, complicando de un modo mayúsculo el día a día de la vida de la población. De tal modo, andando el tiempo y con la desintegración del campo socialista europeo, los logros de la revolución, que nunca se quitaron, chocaron con una situación diaria real que comenzó a provocar malestares. Malestares comprensibles, sin duda, pero que afectan profundamente la posibilidad de seguir construyendo el socialismo. Si se hace difícil conseguir los productos básicos, si la vida hay que estar “resolviéndola” a cada paso con las más infinitas estrategias de sobrevivencia, los logros revolucionarios comienzan a ser cuestionados. Para nuevas generaciones que ya nacieron en la Cuba socialista, todo ese malestar, que sin dudas creció con el fin del campo socialista europeo y el endurecimiento del bloqueo, la insatisfacción comenzó a pasar factura al proceso revolucionario. “El bloqueo no es todo, pero el bloqueo afecta todo, tiene un carácter genocida, criminal y oportunista. (…) El sistema económico actual es obsoleto, limita las capacidades productivas de la sociedad y debe ser reformado, ya esta es una verdad tan admitida. (…) Es necesario comprender los malestares de la gente, fatigadas por las tremendas dificultades de la vida cotidiana más allá de las causas que las provocan, acentuadas principal y sistemáticamente por una agresión que se hace cada vez más evidente y notoria. Incrementar esos malestares es el eje de esa agresión a la que se somete al país“, afirma certeramente el economista cubano Julio Carranza. El imperialismo inclemente siguió golpeando impiadoso durante décadas, con el objetivo de voltear la revolución. Como luego de Bahía de Cochinos no intentó nunca más una contrarrevolución militar, la estrategia fue esa: incrementar los malestares de la población, buscando que sea la reacción popular la que desaloje al socialismo. “Los valores [socialistas] sí constituyen la verdadera calidad de vida, la suprema calidad de vida, aún por encima de alimento, techo y ropa”, aseguraba Fidel Castro el 26 de mayo de 2003, después de pasado el fatal “Período Especial en Época de Paz“, que obligó al gobierno a tomar drásticas acciones económicas de racionamientos, tales como se practican en casos de guerra, para así “salvar la Revolución en Cuba y salvar el socialismo.” El ideario socialista se mantuvo ante todo; pero el criminal bloqueo desarrollado por años, profundizado a partir de la desaparición del campo socialista europeo (el Consejo de Ayuda Mutua Económica -CAME-) hizo que la isla tambaleara. El tal “período especial” profundizó problemas ya históricos que venía