Perú: Machupicchu, un doloroso retrato de los pueblos
Ollantay Itzamná La pasada semana, ante la concesión de la totalidad de la compra venta de los tiques de entradas al Santuario del Machupicchu a una empresa privada, el sector del turismo local, junto a originarios quechuas, decidieron cerra el ingreso a dicho lugar turístico, exigiendo la derogación de dicha determinación del Ministerio de Cultura. ¿Cómo y en qué le beneficia el negocio del Machupicchu al pueblo quechua? Al igual que en Chichinitzá (México), en Tikal (Guatemala), o en Copán (Honduras), la policromática industria del turismo marca Perú, promovida por el bicentenario estado etnofágico, lejos de beneficiar a los pueblos “naturaliza” o “normaliza” la condición de la colonialidad y el colonialismo en las y los quechuas del Cusco. En Ollantaytabo, en Machupicchu o en la ciudad del Cusco es normal que el originario quechua sea asumido y presentado al turista sediento de folclor como una pieza más del conjunto de la “arqueología turística” a degustar. Sí, eso es. El porteador (cargador del equipaje de turistas de Ollantaytambo a Machupicchu) como la niña o la señora que vende textiles de colores en las calles del Cusco o en Ollantaytambo son vistos como complementos de las “llamitas” (animales de carga) o de los tejidos policromáticos. En los restaurantes u hoteles turísticos, el o la quechua vestida con los atuendos coloridos es “usado”, por la industria del turismo, como maniquís para exponer los tejidos caros u ofrecer cartas de comida “andina” que casi nunca prueban. Machupicchu, como el resto de los “consumos turísticos” folclóricos y folclorizantes, afianza en los quechuas la idea de: “somos complemento del paquete de piezas arqueológicas que los turistas vienen a degustar”. En consecuencia, “no podemos, ni bebemos exigir otras funciones o roles con derechos. Mucho menos debemos atrevernos a exigir al Estado peruano la restitución de nuestros santuarios (construidos y legado de nuestros ancestros) para administrarlos y cuidarlos nosotros como pueblos”. Entonces, ¿por qué los quechuas protestan por el negocio “colonizador” y ajeno del Machupicchu? A una colega comunicadora del Cusco escribí y pregunté sobre el paro indefinido por Machupicchu. “Es pelea de blancos”, me respondió. Y es cierto. Es una disputa entre blacoides, generado por el racista Estado gamonal, para controlar y beneficiarse del negocio racista y casi esclavista del turismo en Machupicchu. Venda quien venda los tiques de entrada al Machupicchu, las y los quechuas seguiremos cargando bultos de turistas como si fuésemos llamas. Nuestras hermanas o hermanos seguirán de empleados domésticos, si acaso mozos o hosteleros envueltos con atuendos coloridos para que el turista deje su dinero al patrón blancoide. Al grado que cuando ese inmoral negocio, con producto ajeno, corre riesgo, entonces, nos “arrean” a las calles para protestar en defensa del “patrimonio cultural Perú”. ¿Será que muchos no nos damos cuenta de esto? ¿Qué hacer como quechuas? Los derechos colectivos de los pueblos, en el campo jurídico, con sus 30 años de vigencia ya tiene mayoría de edad. El Convenio 169º de la OIT, como las declaraciones de la ONU, establecen que los estados nacionales deben reconocer a los pueblos originarios, restituir sus territorios (existe jurisprudencia de las sentencias de CIDH), devolverles sus sitios sagrados. Fundamentación jurídica para exigir la restitución del Santuario de Machupicchu, Ollantaytambo, Sacsayhuaman, Pisac, etc., al dominio y crianza del pueblo quechua existe. Lo que falta es el sujeto político quechua. Es decir, para exigir y conseguir los quechuas la devolución del Santuario del Machupicchu debemos asumirnos y organizarnos como pueblo quechua (superar el trauma de la reforma agraria que nos hizo campesinos). Esta transición de ser objetos culturales a ser sujetos políticos no es únicamente tarea o desafío de quechuas rurales. Es un desafío de toda la población genética y/o culturalmente quechua que cohabitamos en el llamado Perú y en Abya Yala. Es un desafío no sólo de la auto deconstrucción de la efímera “identidad peruana” que nos cubre como barniz delgado, sino de pensarnos y sentirnos parte de una comunidad/pueblo quechua con genes y cultura propia. Si conseguimos superar el auto desprecio que nos habita por lo que somos, y aceptamos nuestro ser quechua ayllu, estaremos dando el primer paso para forjarnos como sujetos sociopolíticos. Entonces, ya nunca más seremos pintorescas piezas de museo o parte de la exótica fauna silvestre. Seremos runas (hijos de la Tierra).