El futuro es hoy
“El futuro es hoy”, “el futuro ya está aquí”, suele decirse; expresiones que quieren dar a entender los avances fabulosos del desarrollo científico-técnico con que vivimos y, fundamentalmente, la velocidad vertiginosa con que los mismos se precipitan incorporándose en nuestra cotidianeidad. En otros términos: lo que parece producto de una muy exuberante imaginación futurista, día a día se hace una realidad palpable dejándonos boquiabiertos. Sin dudas, todos esos cambios que hoy se suceden interminables y con una celeridad descomunal presentándose como un desafío constante al que debemos enfrentarnos, obligan a pensar hacia dónde vamos. Por lo que puede colegirse, ningún gran cambio tecnológico en la historia, si bien abrió escenarios monumentalmente nuevos (conquista del fuego, invención de la rueda, manejo de los metales, agricultura, navegación a vela, imprenta, máquina de vapor), produjo la sensación de movimiento constante, casi enloquecedor, con que nos encontramos en la actualidad. Hoy la aparición de nuevas tecnologías tiene un ritmo frenético, por lo que cuesta seguirle el paso. Lo que recién ayer era fabulosa novedad (el cassette, el diskette, el teléfono fijo, el disco compacto, no digamos la máquina de escribir) en un corto tiempo pasa a ser pieza de museo. La fijación de pautas de consumo, modas y tendencias que los poderes dominantes nos imponen (“Lo que hace grande a este país [Estados Unidos] es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda” manifestó el gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO, de las mayores del mundo) ha hecho de la sed de novedades un poderosísimo motivador, por lo que a diario nos encontramos con nuevos productos en todos los ámbitos. La producción humana, hoy día enmarcada enteramente en la lógica capitalista, encuentra ahí un lugar perfecto para desarrollarse, y la creación de “cosas nuevas” destinadas al mercado no cesa, creando de continuo nuevas necesidades que se van tornando imprescindibles. De ahí que el mundo contemporáneo convoca a preguntarnos: ¿hacia dónde vamos? ¿Es necesaria esa proliferación interminable, esa velocidad de cambio? O más aún: ¿acaso puede detenerse la misma? Es así que el mundo actual presenta una sensación de movimiento perpetuo que nos sorprende a diario. Más aún: las tecnologías, cada vez más sofisticadas, obligan a preguntarnos qué futuro se está construyendo. De ahí que cobra sentido la expresión aquella de “el futuro es hoy”, “ya llegó”, “está aquí”. Con cierta sensación de vorágine, todo lo actual es puesto en entredicho casi a diario, siendo difícil vaticinar lo que sucederá en un corto tiempo. Lo que hoy era novedad, mañana ya es vetusto. ¿Qué futuro nos espera? ¿Todo el mundo por igual aprovecha esas maravillas de la creatividad humana? La subjetividad profunda, ¿también cambia? ¿Y el “hombre nuevo” que pedía el socialismo algunos años atrás, cómo entra en esto? Es imposible decir con precisión para dónde vamos. Lo que queda claro es que resulta sumamente difícil tener claridad de lo que se está construyendo, de saber hacia dónde nos dirigimos como humanidad. La idea -encomiable, que debemos seguir defendiendo con toda tenacidad- de un mundo superador del capitalismo, se ve adversada hoy por lo que una cruda y obstinada realidad nos confronta. La primera experiencia socialista de la historia, la Unión Soviética, desapareció; en su lugar encontramos un país capitalista como Rusia con las peores lacras del individualismo, dando pasos hacia atrás en lo logrado con la revolución bolchevique: se reintroduce el elemento religioso en su Constitución, se ataca al movimiento de diversidad sexual, se premia el egoísmo exitista de unos pocos magnates, se entroniza la más galopante corrupción. Por otro lado, alimentando un desconcierto que confunde, a lo largo y ancho del mundo, y con voto popular (¿suicidio colectivo?), surgen mandatarios abiertamente fascistas que exaltan el racismo, la xenofobia, el clasismo llevado a niveles absurdos, el individualismo extremo contra la solidaridad fraternal. En el discurso dominante en términos globales, el socialismo en tanto esperanza es presentado como una lacra inviable, ya fracasada. Se llega a expresar que si hoy China es una superpotencia, lo es porque abrazó mecanismos de mercado (aunque en absoluto sea así). Todo indica que hoy el mundo se va derechizando en forma creciente en términos político-ideológicos, y el cambio acelerado de la tecnología pareciera marcar/imponer el ritmo: si no se le sigue el paso, quedamos “fuera”. Pero ¿fuera de qué? Se ha dicho, con una muy peligrosa y tendenciosa inclinación ideológica, que es más fácil que se termine el planeta Tierra -por la catástrofe ecológica que se vive, o por la posible guerra termonuclear- a que termine el capitalismo. Visión pesimista, que no da espacio a la esperanza. Lamentablemente, al observar la realidad actual, la marcha de las cosas no nos presenta un escenario optimista. Aunque “quienes seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”, como dijo Xabier Gorostiaga, el impuesto discurso dominante muestra que “hay que seguir el tren de esa historia”, consistente en consumir acríticamente. En todo caso las tendencias en curso solo nos muestran un mundo viable para algunos, y de muchas y variadas penurias para los más. Ahora bien: quien no se sube a ese velocísimo, casi desbocado tren, ¿es un estúpido? Cuando se dice que “el futuro ya está aquí”, dando a entender el fabuloso desarrollo científico-técnico de la humanidad y haciendo su apología (“El ser humano creó a Dios y luego se arrodilló frente a él. Quién sabe si también se inclinará en breve frente a la máquina, frente al «robot»”, dijo el anarquista Mijaíl Bakunin), se omite algo muy importante: los beneficios de ese avance no se reparten por igual para todas y todos. Mientras hay gente que se mueve en la realidad virtual, pensando en cosas como viajes en el tiempo o la prolongación casi eterna de la vida, muchos otros continúan usando leña como energético, sin acceso ya no a internet sino siquiera a electricidad, cultivando con arado de bueyes y atados a milenarios prejuicios mágico-animistas, creyendo en espíritus y aparecidos (o en religiones). Este dispar mundo actual no apunta a una igualación