Radio Victoria

Estados Unidos parece haber decidido abandonar el «orden mundial liberal basado en reglas» que una vez contribuyó a crear. En la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, llamó a los europeos a seguir el ejemplo de Trump y amenazó con quitarles la garantía de seguridad transatlántica si no lo hacen. Europa, sin embargo, no parece entender las claves del nuevo mundo.

Mensajes claves de J. D. Vance, vicepresidente de EE. UU. que no deben pasar desapercibidos. Fuente de la imagen: Nueva Sociedad.
Mensajes claves de J. D. Vance, vicepresidente de EE. UU. que no deben pasar desapercibidos. Fuente de la imagen: Nueva Sociedad.

Por Marc Saxer*

En la Conferencia de Seguridad de Múnich que tuvo lugar entre el 14 y el 16 de febrero, dos visiones del orden diametralmente opuestas entraron en conflicto. Es probable que los historiadores del futuro puedan señalar este momento como el del final definitivo del orden mundial liberal liderado por Estados Unidos y como el punto en el que la erosión de la hegemonía liberal dentro de las democracias occidentales se hizo innegable.

El vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, transmitió dos mensajes clave a los europeos. En primer lugar, afirmó que Estados Unidos está reformando fundamentalmente su sistema de gobernanza y que espera que sus aliados sigan su ejemplo. En segundo lugar, sostuvo que si Europa no emprende esta transformación, los valores compartidos que sustentan la asociación transatlántica desaparecerán, junto con la garantía de seguridad de Estados Unidos.

Las reacciones europeas fueron reveladoras. Muchos analistas no captaron la naturaleza trascendental de la declaración estadounidense, desestimándola como una interferencia escandalosa, proveniente de un funcionario del gobierno de Trump, y por lo tanto «de derecha» y «malvada». Los cínicos podrían argumentar que esto ignora la lógica imperial que considera los asuntos de los vasallos como inherentemente internos. Esta mentalidad fue evidente cuando Trump se refirió al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, como un «gobernador», como si administrara una provincia estadounidense.

Los observadores más astutos reconocieron que esta no era una discusión entre iguales, sino el ultimátum de un patrón o un jefe: pónganse en fila o enfréntense solos a la agresión rusa. Algunos incluso especularon con la posibilidad de que el verdadero objetivo de Estados Unidos sea el de desmantelar la Unión Europea, allanando el camino para que los oligarcas estadounidenses tuvieran vía libre en una Europa fracturada de miniestados débiles.

Estados Unidos está cuestionando abiertamente la alianza transatlántica, el principal pilar de la seguridad de Europa Occidental durante más de 80 años

Hay poco que añadir a esta lectura geopolítica. Estados Unidos está cuestionando abiertamente la alianza transatlántica, el principal pilar de la seguridad de Europa Occidental durante más de 80 años. Incluso si se renueva —su propia incertidumbre ya está debilitando su poder de disuasión— se espera que los europeos asuman la carga principal de la defensa convencional, y posiblemente incluso nuclear, de su continente. Mientras tanto, Estados Unidos centrará toda su atención en su lucha hegemónica con China.

En el plano global, Estados Unidos ya no está dispuesto a actuar como garante de las instituciones multilaterales y del derecho internacional, que en su día se enmarcaron como el «orden mundial liberal basado en reglas». Esto no solo presagia la parálisis del sistema de las Naciones Unidas, sino que también pone en tela de juicio la apertura de la economía mundial. El hegemón está declarando obsoleto el mismo orden que una vez construyó.

Para los europeos, con sus ejércitos en miniatura deliberadamente entrelazados con la maquinaria militar estadounidense y sus economías de exportación profundamente arraigadas en las cadenas globales de suministro, los cimientos de su seguridad y prosperidad están cambiando drásticamente.

Mientras que muchos apenas están empezando a comprender el fin del orden liberal, pocos entienden realmente qué lo reemplazará

Lo que permanece en gran medida inexplorado es el choque entre dos visiones radicalmente diferentes del orden, tanto a escala global como nacional. Mientras que muchos apenas están empezando a comprender el fin del orden liberal, pocos entienden realmente qué lo reemplazará. No es de extrañar que muchos europeos y estadounidenses progresistas tengan dificultades para interpretar el mensaje del gobierno de Estados Unidos: aún tenemos que aprender el vocabulario de este orden emergente.

En Europa, las tentativas del presidente estadounidense de anexar Groenlandia, Panamá y Canadá fueron en gran medida desestimadas como estrafalarias provocaciones. Sin embargo, subyacía en ellas el posible resurgimiento de la Doctrina Monroe: una retirada estratégica hacia el hemisferio occidental, donde el dominio estadounidense sigue sin ser cuestionado. Si se combina con la voluntad de «vender» Ucrania a Rusia, se percibe un retorno al pensamiento de las esferas de influencia, conocido desde hace mucho tiempo en Europa pero marginado durante el momento unipolar de Estados Unidos. Incluso es concebible que Washington pueda llegar a un entendimiento con sus grandes rivales, China y Rusia, acordando mantenerse al margen de las respectivas esferas de influencia de cada uno. Si es así, el destino de Taiwán estaría tan sellado como el del Cáucaso.

Los europeos hablan de traición, pero vale la pena recordar que una vez estabilizaron su propio orden multipolar a través de esferas de influencia y acuerdos, con éxito en el siglo XIX. Cada vez que una sola potencia buscaba la hegemonía por la fuerza, el resultado eran guerras mundiales catastróficas.

Hoy en día los neoconservadores estadounidenses creen que pueden ganar una guerra contra una China con armas nucleares. Cabe destacar que Trump retiró la protección personal a las figuras más prominentes de ese espacio, lo que en la práctica las marginó políticamente. El gobierno de Estados Unidos parece reconocer ahora que la victoria en un conflicto militar con China es inalcanzable, eliminando cualquier camino de vuelta a un mundo unipolar. El verdadero punto de inflexión, entonces, radica en el cambiante equilibrio global de poder. Los estadounidenses simplemente han aceptado esta realidad más rápido que los europeos.

No hace falta ser adivino para predecir que Europa abandonará pronto su desafiante postura de «ahora más que nunca» sobre Ucrania. Del mismo modo, los esfuerzos por imponer los valores occidentales en el mundo probablemente terminen en el basurero de la historia. Si Europa desea evitar convertirse en un mero peón en la competencia de las grandes potencias, debe impulsar una reforma interna audaz. Solo a través de un contrato social negociado, que distribuya de manera justa los inmensos costos, podrá construir la fuerza militar y política necesaria para una verdadera autoafirmación.

La reestructuración del sistema de gobernanza interna de Estados Unidos es igualmente radical, con Trump utilizando un enfoque agresivo similar al de Musk. En Europa, la opinión común es que busca vengarse del llamado Estado profundo o que incluso pretende transformar a Estados Unidos en un régimen autoritario, tal vez incluso en una monarquía. De hecho, algunos dentro de su administración creen que las democracias liberales occidentales ya no pueden competir con el capitalismo de Estado de China y visualizan una nueva forma de gobierno tecnocrático. La dependencia de Trump de las órdenes ejecutivas refleja esta mentalidad.

Sin embargo, los críticos europeos se apresuran a desestimar el llamamiento del vicepresidente de Estados Unidos a la libertad de expresión y al respeto de la voluntad de los votantes como meramente «de derechas» e «intrusivo». Incluso dentro de Europa, un número creciente de ciudadanos denuncia estas tendencias y se manifiesta cada vez más para exigir un cambio. Y lo que es más importante, esta crítica pasa por alto que los sistemas de gobierno siempre han evolucionado en respuesta a nuevos desafíos y cambios tecnológicos. La Revolución Francesa y las reformas prusianas fueron manifestaciones diferentes de este proceso. Hoy en día, los Estados burocráticos construidos a finales del siglo XIX están luchando denodadamente para gestionar las complejidades de un mundo globalizado, interconectado y en rápida aceleración. Esto es especialmente evidente en su respuesta a los flujos globales —ya sean pandemias, migraciones, datos o crisis financieras— que se propagan por todo el mundo a una velocidad sin precedentes.

La elite tecnológica de Silicon Valley, liderada por Elon Musk, imagina una solución: sustituir las lentas burocracias analógicas, a menudo criticadas por su ineficiencia y corrupción, por una gobernanza impulsada por la inteligencia artificial que sea más eficiente, competente y receptiva. En resumen, en su competencia sistémica con China, Estados Unidos apuesta por una actualización del sistema operativo.

Yanis Varoufakis advierte acertadamente que estos avances no constituyen meros servicios públicos benignos. El hombre más rico del mundo no está recortando la ayuda a millones de niños hambrientos por desinterés. Detrás de esto se esconde la visión de los oligarcas de integrar el tecnofeudalismo en el marco institucional del Estado estadounidense. El objetivo es una tecnocracia hipereficiente, aislada de la supervisión democrática, dedicada únicamente a sostener la infraestructura fiscal y material del capitalismo digital.

El objetivo es una tecnocracia hipereficiente, aislada de la supervisión democrática, dedicada únicamente a sostener la infraestructura fiscal y material del capitalismo digital.

Por eso, las constantes advertencias sobre un retorno al fascismo histórico pueden ser inútiles: tales comparaciones pasan por alto que la transformación que se está desarrollando hoy en día está moldeada de manera única por nuestro tiempo. De hecho, esta es la razón por la que otras etiquetas del siglo XX tampoco encajan en este nuevo fenómeno. El desmantelamiento de las viejas burocracias por parte de Elon Musk no constituye tampoco un retorno al neoliberalismo, ya que ese modelo no puede  hacer frente a la competencia capitalismo de Estado chino. Del mismo modo, la retórica de J.D. Vance sobre la libertad de expresión y el respeto a la voluntad de los votantes no refleja una mentalidad verdaderamente «liberal», toda vez que el gobierno de Trump desafía simultáneamente el Estado de derecho y la separación de poderes.

Sin embargo, las luchas de poder dentro de esta nueva formación están lejos de resolverse. La disputa pública entre Steve Bannon, la fuerza intelectual detrás del movimiento MAGA [Make America Great Again], y Elon Musk, el jefe supremo de la tecnología, nos da una idea de las brutales batallas que se libran dentro de la coalición trumpista. Mientras el objetivo sea desmantelar el viejo orden, esta alianza se mantendrá. Pero en una sorprendente entrevista con The New York Times, Bannon lo dejó claro: si los oligarcas tecnológicos intentan institucionalizar el tecnofeudalismo, él les declarará la guerra. Desde la orientación geoestratégica hasta la redistribución interna del imperio estadounidense, casi todo es fundamentalmente controvertido. Todavía es imposible saber qué facciones —y qué modelos ideológicos— prevalecerán en última instancia.

Los europeos precisan aprender urgentemente a descifrar de qué se tratan realmente estas luchas de poder. Interpretarlas a través de la lente de un liberalismo que ha quedado obsoleto sería inútil. En lugar de lamentar la irracionalidad, la corrupción o la indecencia del equipo de Trump, los europeos necesitan reconocer lo que está realmente en juego y utilizar su influencia, que se reduce rápidamente, para proteger sus propios intereses. Una cosa es cierta: ya hemos entrado en la próxima época de la historia mundial. Si no logramos comprender rápidamente su dinámica, corremos el riesgo de ser aplastados por ella. Como advirtió Mijaíl Gorbachov, «el que llega demasiado tarde es castigado por la vida».


 

Fuente: servindi.org

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