
Fuentes: Rebelión
¿Existen razones objetivas para el rearme europeo? Si hacemos caso a la corriente catastrofista, que desde hace ya algunos años difunde la Unión Europea, parece que sí. Según los distintos gobiernos del viejo continente ese rearme es necesario para asegurar la paz en Europa. ¿Y cuál es el monstruo que amenaza con devorarnos? Vladimir Putin, la Rusia de Putin. Nos dicen que este sátrapa nacionalista y expansionista desea que Rusia vuelva a ser lo que fue en los tiempos de la Guerra Fría, una especie de nueva URSS. Y para colmo quien habita la Casa Blanca es Donald Trump, otro déspota y ambicioso, que guarda una buena relación con su homónimo ruso desde hace unos cuantos años. Además, ambos personajes son los nuevos gurús del neofascismo internacional.
Aunque es innegable que Occidente está en crisis y que el imperialismo es un valor al alza, mientras que los derechos humanos y los tratados de paz son valores a la baja, Europa no puede precipitarse a adoptar medidas para la paz de dudosa eficacia, siguiendo el viejo adagio de si quieres la paz prepárate para la guerra. Es un gravísimo error apostar por el belicismo, aunque sea bajo el pretexto de defenderse. Los principios que gestaron la Unión Europea no fueron esos precisamente. Cierto es que los gobiernos actuales de la mayor parte de los países miembro de la UE nada tienen que ver con los de antaño. Ahora abundan la mediocridad y un excesivo seguidismo al amigo americano, convertido recientemente en enemigo, por obra y gracia del matón Donald Trump. Pese a ello, alguien debe pedir cordura en este gallinero de pollos sin cabeza.
En primer lugar, conviene recordar cuál ha sido la política internacional de EE.UU. desde que terminó la Guerra Fría. Con mayor o menor agresividad, este país se ha arrogado en sheriff del mundo, en líder incontestable de la OTAN, interviniendo en conflictos bélicos de manera unilateral y en contra del criterio de Naciones Unidas, inventándose guerras, apoyando a dictadores, propiciando golpes de Estado, asesinando a enemigos, y todo esto lo ha hecho con independencia de si el inquilino en la Casa Blanca era demócrata o republicano. Sin ir más lejos, Joe Biden ha sido acusado recientemente ante la Corte de La Haya por complicidad con crímenes de guerra y de lesa humanidad israelíes en Gaza.

En segundo lugar, la Rusia de Putin no es la URSS. La temida “invasión rusa de Europa” es una falacia. Rusia no tiene capacidad armamentística para una empresa de ese calibre. Si en tres años de guerra con Ucrania no ha sido capaz de alcanzar todavía la victoria, qué nos hace pensar que puede invadir otros países europeos.
Si Europa hace tres años hubiese apostado por buscar una negociación con Rusia, al margen de los intereses estadounidenses, posiblemente se hubieran evitado más del millón de muertos que ha propiciado esta guerra (aunque existen sospechas fundadas de que el número sea mucho más grande) y los casi 7 millones de desplazados ucranianos (según datos de ACNUR, repartidos sobre todo en Polonia y Alemania, y en Rusia, donde hay más de 1 millón). Igualmente se habrían evitado las enormes pérdidas materiales, que han contribuido al estancamiento de la economía europea y la recesión alemana.
Allá por 1962, en la época de la Guerra Fría, EE.UU. estuvo a punto de protagonizar un conflicto nuclear con la URSS. La llamada Crisis de los Misiles de Cuba tuvo su origen en el despliegue por parte de los soviéticos de misiles con cabeza nuclear en la isla caribeña, gobernada por Fidel Castro. Durante 13 días el mundo entero dejó de respirar. Los estadounidenses se sintieron amenazados por la proximidad del enemigo a sus territorios. De igual modo, Europa debería haber entendido que en las últimas décadas la OTAN se ha ido acercando cada vez más a las fronteras rusas. Y que la alarma se encendió cuando Ucrania manifestó que entraría a formar parte de la Alianza Atlántica. La invasión rusa, aunque condenable, tuvo otras causas además de la expansión de la OTAN. El incumplimiento sistemático de acuerdos internacionales, la violación de tratados históricos, como los acuerdos Reagan-Gorbachov y los Protocolos de Minsk, el maltrato a la población rusófila de Ucrania, fueron también importantes factores.
Una Unión Europea desnaturalizada, incapaz de liderar políticas ejemplares para la paz y el desarrollo, se ha limitado a apoyar las directrices de la Casa Blanca en política internacional y, ahora, con Trump de enemigo, piensa que la única solución es incrementar el gasto en defensa.
¿Tiene sentido la existencia de la OTAN en la actualidad? La Alianza Atlántica se creó en 1949 como escudo militar contra la URSS. Pero perdió su razón de ser tras la Guerra Fría. Pero, en lugar de disolverse, se expandió hacia las fronteras rusas, violando el espíritu de cooperación posterior a 1991.
La OTAN tiene una carta fundacional, el Tratado del Atlántico Norte de 1949, anacrónica, de tan solo 14 artículos, en la que lo único que aparece por todos los resquicios es el dominio absoluto de Estados Unidos, que si entonces, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, tenía sentido por la polarización Estados Unidos-URSS, hoy no lo tiene, porque la URSS ha desaparecido.
El incumplimiento continuado de los fundamentos del tratado: “los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley”, practicando la OTAN una política cínica de admisión de Estados dictatoriales antidemocráticos, como, en su momento, Grecia, Portugal y Turquía, y, por otro lado, propiciando golpes de Estado, ayudada por la CIA, contra países democráticos, convierten a la organización en un instrumento inadecuado y peligroso, en un juguete al servicio, muchas veces, de los intereses de los EE.UU.
George W. Bush prescindió de la OTAN en su programa de guerras contra el Eje del Mal -Irak, Irán y Corea del Norte-, rompiendo sus relaciones con sus aliados europeos. Trump la ha marginado y vilipendiado, llegando a decir de la OTAN que “no existiría si no fuera por él”. Ambos presidentes maniobraron para poner a la OTAN al servicio de sus intereses nacionales y su política exterior, con frecuencia contrarios a los de sus aliados.
Donald Trump en su primer mandato (2017-2020) ya exigió a los países miembros de la UE que debían incrementar su gasto en defensa dentro de la OTAN porque, según él, era su país quien financiaba mayoritariamente a la organización. ¿Es eso cierto? Estados Unidos aporta el 15,8% del presupuesto de la OTAN, igual que Alemania, algo más que Francia y Reino Unido. En cuando al PIB no está a la cabeza Estados Unidos, con el 3,38%, sino Polonia, con el 4,12% y Estonia, con el 3,43%. Son datos de la propia OTAN en 2024. El liderazgo absoluto de Estados Unidos se justificaría si, al menos, su aportación a la alianza alcanzase el 51%. Como sucede en la toma de decisiones de los reglamentos de las instituciones públicas y privadas de las sociedades democráticas. ¿Por qué admiten los socios de la entidad atlántica este servilismo extremo?
En 2014, tras la apropiación de Crimea (Ucrania) por Rusia, se aprobó una franja de diez años, de 2014 a 2024, para que los miembros aportaran a las arcas de la UE el 2% de su PIB en el epígrafe de armamento. Ante el incumplimiento generalizado se ha prorrogado hasta 2029. Esta manera de proceder provoca una extrema desigualdad en las contribuciones, que justifica la crítica soterrada o abierta de unos contra otros.
Ahora, ante los miedos que despierta Donald Trump con respecto a la seguridad de Europa, la presidenta de la Comisión Europe, Ursula von der Leyen, ha propuesto movilizar la friolera de 800.000 millones de euros para financiar el rearme de los países europeos. Y todos los gobiernos de los distintos miembros de la UE han comprado la propuesta sin alzar la voz. ¿Realmente todos piensan que necesitamos rearmarnos porque sino vendrá el lobo feroz? ¿Nos hemos preguntado a quien vamos a beneficiar con este gasto astronómico en defensa? Pues a EE.UU., el mismo país que, con el matón de Donald Trump en el trono presidencial, castiga con aranceles salvajes nuestras economías. La industria armamentística estadounidense es de lejos la más poderosa del mundo. Según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, en el período 2017-2021, entre los países de la Alianza Atlántica, EE.UU. ocupaba el primer lugar de las exportaciones de armas mundiales (38,6%), seguido de Francia (10,7%), Alemania (4,5%), Italia (3,1%) y Reino Unido (2,9%).
El Viejo Continente lleva bastante tiempo desnortado, incapaz de liderar políticas de distensión y paz. Se lanzan proclamas, se hacen denuncias con la boca pequeña, pero, a la hora de la verdad, se siguen los dictados del amigo americano. ¿Qué ha hecho Europa ante el genocida estado de Israel? ¿Qué hizo en las vísperas del conflicto ruso-ucraniano? Nadar y guardar la ropa. Tenemos unos líderes lamentables e ineptos que son capaces de cualquier cosa por mantener su estatus.
Tras la guerra de Ucrania, han sido varios países los que han restaurado el servicio militar obligatorio (Dinamarca, Suecia, Noruega, Estonia, Letonia, Lituania) y a lo largo de 2025 han dicho que lo harán Serbia, Croacia y Alemania; Bélgica y Reino Unido permitirán que los jóvenes lo hagan de manera voluntaria; Países Bajos lo permitirá a las mujeres; y Polonia adiestrará militarmente a todos sus adultos. Francia ha ofrecido que su arsenal nuclear sirva para dar cobertura a todo el espacio europeo. Y Donald Tusk, primer ministro de Polonia, ha dicho que, ante la amenaza rusa, está dispuesto a comprar bombas atómicas. Pero, ¡qué locura es esta! Acaso no sabe este hombre que el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares prohíbe la compra de bombas atómicas. Por si no fuera bastante, Tusk ha anunciado que rompe con los tratados de minas antipersona y de bombas racimo para así poder sembrar de minas su frontera con Rusia.
Nada bueno nos espera si nos dejamos llevar de los excesos testosterónicos belicistas que exhiben nuestros dirigentes. Recientemente se ha dejado que personajes, como Benjamin Netanyahu y otros, se comporten como crueles asesinos, saltándose con total impunidad tratados internacionales, no respetando Derechos Humanos, y ahora, cuando Donald Trump muestra sin tapujos su buena relación con otro asesino, Vladimir Putin, al tiempo que despliega su ideario político a todo el mundo: “America First”, o lo que es lo mismo, “la ley del más fuerte en la jungla”, muchos parecen haberse contagiado de ese espíritu belicista y abrazan el “todo vale para protegerse del lobo feroz”.
Una Europa que ha visto como la socialdemocracia ha ido perdiendo pujanza, al tiempo que crecía la extremaderecha, que ha ido retrocediendo en derechos sociales, menguando el estado de bienestar, este gasto de 800.000 millones de euros en armas, con toda probabilidad redundará en un empobrecimiento de los europeos, porque son los ciudadanos quienes pagarán de sus bolsillos el rearme.
Un poco de sensatez, por favor. La disuasión militar que se propone frente a Rusia, beneficiará especialmente a EE.UU., hará más pobres a los ciudadanos europeos, nuestro continente perderá la poca credibilidad de liderazgo que le queda en el mundo en lo concerniente a la paz. Y lo peor, alimentaremos las tensiones prebélicas. Dos guerras mundiales deberían habernos enseñado algo. El camino adecuado debería ser la cooperación, la distensión que permita una coexistencia pacífica con Rusia y con cualquier otro país.
Javier Díez Moro / Escritor y columnista
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Fuente: rebelion.org