Radio Victoria

Marcelo Colussi

[email protected],

https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33
https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/
https://mcolussi.blogspot.com/
https://www.instagram.com/marcelocolussi8/

La situación actual de la primera experiencia socialista en tierra latinoamericana llama a la reflexión para toda la izquierda. Cuba no renuncia al socialismo, pero cada vez se le hace más difícil mantenerlo. ¿Por qué? Porque construir el socialismo en un solo país en medio de un mar embravecido de ataques capitalistas, la experiencia lo demuestra, es casi imposible. O, al menos, abre el interrogante de cómo construir alternativas anticapitalistas sostenibles, con miras a un mundo distinto -que tendrá que venir en un futuro, cuando los socialismos ya no sean islas perdidas- en el actual planeta globalizado dirigido por poderes fabulosos.

Para hablar de la revolución cubana empecemos con una cita de Fidel Castro que marca el talante de lo que está sucediendo allí desde 1959: “En el mundo hay 200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos está en Cuba”. Sin el más mínimo lugar a dudas, la revolución socialista que ahí tuvo lugar hace ya más de 60 años, ha mejorado sustancialmente la vida de la población. Eso es innegable. Medida la situación actual de la isla con parámetros de ingreso per capita, Cuba no aparece como un país rico, de altos ingresos. Pero no debe olvidarse que el socialismo se construye con otros parámetros: lo que falta allí son los oropeles que ofrece -mejor dicho aún: que obliga a consumir- el capitalismo. Si no hay niños en la calle, he ahí un logro fabuloso. Para la corporación mediática capitalista, sin embargo, cuentan más los shopping centers repletos de mercaderías -aunque muy pocos las puedan comprar- que la calidad de vida de la población. 

El proceso revolucionario cubano inició cambios enormes en la sociedad, tal como lo han hecho siempre estos procesos de transformación socialistas. Debe tenerse en cuenta también que Cuba se liberó del yugo imperial estadounidense teniendo como apoyo imprescindible a la Unión Soviética que, para ese entonces -aún con el criticable estalinismo vigente- era una gran potencia en ascenso, disputando su Guerra Fría con el gigante norteamericano. Sin el apoyo de Moscú la revolución cubana se hubiera visto en serias dificultades.

De hecho, luego sí se vio en esa situación. Toda su vida estuvo marcada -y sigue estándolo- por la agresión inmisericorde de Washington. Desde el mismo momento de la revolución, en la Casa Blanca se prendieron las alarmas; ello trajo como una consecuencia inmediata la puesta en marcha de la Alianza para el Progreso, primera iniciativa de “cooperación” para el desarrollo -por supuesto, ¡con comillas!, porque no existe ninguna cooperación- destinada a Latinoamérica. Claramente un proyecto que buscaba que no se repitiera ninguna Cuba en el continente, un parche de agua fría sobre la pobreza crónica y exclusión de la zona, buscando evitar nuevos estallidos revolucionarios. “Estrategia contrainsurgente no armada”, como la consideraban los manuales de la CIA de esos años; mecanismos que luego se perpetuarían para todo el Sur global -o Tercer Mundo, como se le designaba anteriormente-, dejando remiendos, pequeñas dádivas para calmar dolores puntuales que impidieran la reacción popular generalizada. ¡Otra Cuba: jamás!, era la consigna.

Además de ello, la reacción del gobierno estadounidense fue, a partir del 7 de febrero de 1962 y bajo la presidencia de John Kennedy, el establecimiento de un bloqueo total contra la isla. Esa medida, que nunca se levantó sino que, por el contrario, con diversas acciones posteriores fue ampliándose (Ley Helms-Burton, o Ley Torricelli, por ejemplo), marcó la marcha de la revolución. Dicho bloqueo impide al gobierno cubano adquirir tecnologías, materias primas e innumerables productos básicos para la sobrevivencia, complicando de un modo mayúsculo el día a día de la vida de la población. De tal modo, andando el tiempo y con la desintegración del campo socialista europeo, los logros de la revolución, que nunca se quitaron, chocaron con una situación diaria real que comenzó a provocar malestares. Malestares comprensibles, sin duda, pero que afectan profundamente la posibilidad de seguir construyendo el socialismo. Si se hace difícil conseguir los productos básicos, si la vida hay que estar “resolviéndola” a cada paso con las más infinitas estrategias de sobrevivencia, los logros revolucionarios comienzan a ser cuestionados. Para nuevas generaciones que ya nacieron en la Cuba socialista, todo ese malestar, que sin dudas creció con el fin del campo socialista europeo y el endurecimiento del bloqueo, la insatisfacción comenzó a pasar factura al proceso revolucionario.

El bloqueo no es todo, pero el bloqueo afecta todo, tiene un carácter genocida, criminal y oportunista. (…) El sistema económico actual es obsoleto, limita las capacidades productivas de la sociedad y debe ser reformado, ya esta es una verdad tan admitida. (…) Es necesario comprender los malestares de la gente, fatigadas por las tremendas dificultades de la vida cotidiana más allá de las causas que las provocan, acentuadas principal y sistemáticamente por una agresión que se hace cada vez más evidente y notoria. Incrementar esos malestares es el eje de esa agresión a la que se somete al país“, afirma certeramente el economista cubano Julio Carranza. El imperialismo inclemente siguió golpeando impiadoso durante décadas, con el objetivo de voltear la revolución. Como luego de Bahía de Cochinos no intentó nunca más una contrarrevolución militar, la estrategia fue esa: incrementar los malestares de la población, buscando que sea la reacción popular la que desaloje al socialismo.

Los valores [socialistas] sí constituyen la verdadera calidad de vida, la suprema calidad de vida, aún por encima de alimento, techo y ropa”, aseguraba Fidel Castro el 26 de mayo de 2003, después de pasado el fatal “Período Especial en Época de Paz“, que obligó al gobierno a tomar drásticas acciones económicas de racionamientos, tales como se practican en casos de guerra, para así “salvar la Revolución en Cuba y salvar el socialismo.

El ideario socialista se mantuvo ante todo; pero el criminal bloqueo desarrollado por años, profundizado a partir de la desaparición del campo socialista europeo (el Consejo de Ayuda Mutua Económica -CAME-) hizo que la isla tambaleara. El tal “período especial” profundizó problemas ya históricos que venía provocando la agresión imperialista. La aparición de la República Bolivariana de Venezuela dio un respiro, dada su cuota de apoyo solidario a la revolución. Pero no más que eso: un pequeño respiro. El ahogamiento que produce esa política genocida de Washington día a día forzó situaciones novedosas: no volvió el capitalismo, pero en la cotidianeidad de la vida de la gente comenzaron a desarrollarse acciones en el mercado negro con un carácter capitalista. Pequeños negocios, arreglos económicos “bajo la mesa”, pequeños robos de productos de propiedad estatal para venderlos “en negro”, y un largo etcétera.

Todo ello hace recordar lo que iba pasando en la Unión Soviética unos años antes de su implosión. Desde fuera de la isla, y con la misma euforia que la derecha vio la caída del Muro de Berlín o la incorporación en China de mecanismos de mercado, se pensó que la heroica revolución cubana daba marcha atrás, que comenzaba la tan esperada -por Washington al menos- vuelta al capitalismo. “Deseamos hacer todo lo que se pueda para salvar el socialismo. No el ‘socialismo perfecto’, con el que todo el mundo sueña. No, el socialismo posible en Cuba, en nuestras condiciones. Además, como usted sabe, los mecanismos de mercado ya existen en la sociedad cubana”, declaró en el 2010 Ricardo Alarcón, por ese entonces presidente de la Asamblea Nacional.

Cuba no volvió al capitalismo; no, al menos, oficialmente y desde una política establecida por el Estado. Pero hay muchos mecanismos en el día a día que muestran prácticas capitalistas, hechas en forma subterránea, de la que todo el mundo sabe, pero que, en buena medida, se silencian. Con un toque crítico, pero sin estar alejado de la realidad, un observador externo de la revolución y de la situación diaria actual de la sociedad cubana, el periodista francés Renaud Lambert, pudo expresar: “En el país del “socialismo o muerte”, las langostas están reservadas para el turismo y la exportación. Los pescadores se encargan de vengar esta injusticia, por la vía del mercado negro, asegurándose así ingresos cercanos a los 700 dólares mensuales. Los universitarios, por su parte, que disponen de un acceso a internet, alquilan sus códigos por la noche, después de sus horas de trabajo; los docentes dan clases en sus casas; las enfermeras prodigan cuidados a domicilio; los choferes de autobuses o de camiones se quedan con combustible. Para muchos cubanos, trabajar para el Estado socialista ofrece la posibilidad… de alimentar el mercado negro: lapiceras, cajas, útiles, materiales de construcción. Algunos se prostituyen. (…) Doble moneda, vivienda y alimentación: desde hace años los cubanos han aprendido a transigir con los “mecanismos de mercado” que orquestan su vida cotidiana.” En todo caso, si en la población hay malestar, si más de alguien sale de la isla, no es porque “huye de la dictadura comunista” sino porque en las condiciones de vida abundan demasiadas dificultades. De ahí que hayan aparecido y florezcan todas esas formas de “arreglárselas”.

Por supuesto que el bloqueo no explica todo; también dentro de la isla hay problemas que no se pueden negar: burocracia excesiva, hechos de corrupción, falta de misticismo y compromiso con la revolución en muchos jóvenes, un cierto clima de militarización de la vida social, autoritarismo. Todo eso no contribuye a la construcción del socialismo, del preconizado “hombre nuevo” que se buscaba en los primeros años de la revolución. De hecho, existe hoy una suerte de “clase social” de nuevos propietarios que, en más de algún caso -y esto en forma clandestina- explotan mano de obra. De todos modos, el Estado revolucionario continúa manteniendo su ideario socialista.

Ante las dificultades para atender las necesidades básicas con que se encuentra a diario la población, pareciera que como una respuesta automática -lo mismo sucedió en la Unión Soviética- la propia gente busca alternativas, siendo las mismas la repetición de modelos capitalistas. Ello pareciera que sucede, contraviniendo los nuevos valores que el socialismo intenta desplegar, porque el peso de la tradición se hace sentir. El “hombre nuevo” y todos sus valores, por lo que vemos, sigue siendo una agenda pendiente.

Esto abre la pregunta de hasta dónde es posible, en términos reales, construir una cultura socialista en el mar capitalista. Si en Cuba se repite lo mismo, salvando las distancias, que aconteció en el primer Estado obrero y campesino, aunque el gobierno revolucionario de La Habana intente marcar otro rumbo, la fuerza de la historia -la propiedad privada, el individualismo y la ética del “sálvese quien pueda”- aún persiste. Cuba no se hizo capitalista, pero los mecanismos capitalistas han reaparecido.

De todos modos, Cuba sigue siendo un faro para los pueblos del mundo en su búsqueda de justicia. Aunque el inmoral bloqueo trata de ahogar la revolución, cubanos y cubanas siguen adelante, con su gobierno, en la construcción del proyecto socialista. Pese a ese inmisericorde mecanismo del bloqueo, la isla revolucionaria sigue enviando misiones médicas solidarias a alrededor de 60 países en el mundo, y es el único punto del Sur global que pudo producir una vacuna efectiva contra el Covid-19. Con todas las dificultades del caso, Cuba sigue siendo socialista, y allí nadie pasa hambre, es analfabeta, carece de casa o servicios básicos o tiene miedo a caminar por la calle debido a la delincuencia común. No es un paraíso, por supuesto. El único paraíso está dado por las mentirosas películas de Hollywood. Es, en todo caso, un país que defiende su dignidad.

Últimas noticias