Radio Victoria

Se cumple un nuevo aniversario de la masacre de El Zapallar, ocurrida en 1933, en Chaco, contra el Pueblo Moqoit. “Fue una estúpida carnicería”, reconoció un informe estatal de la época. La Justicia Federal abrió una investigación para conocer en detalle lo ocurrido y llegar a la verdad, como en los casos de Napalpí y La Bomba ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué imaginario de Argentina ocultan estas masacres?

Foto: Martín Luis Vallejos
Foto: Martín Luis Vallejos

Por Marcelo Musante*

Desinformémonos, 5 de setiembre, 2024.- “La historia es muy triste, Napalpí, la masacre, El Zapallar. Las gentes sufrieron. ¿Cuántos murieron?” Esto contaba Nieves José, anciano moqoit, cuando le preguntamos por la masacre de El Zapallar, sentado en la puerta de su casa junto con Mario Paz y Ariel Sosa, comunicadores indígenas de la Colonia Aborigen Chaco. La masacre ocurrió el 7 de septiembre de 1933 y fue una represión estatal sobre familias del Pueblo Moqoit.

¿Cuántas personas murieron en El Zapallar? ¿Cuántos indígenas murieron en matanzas masivas de personas producidas por el Estado? La pregunta de José no tiene respuesta, no solo porque es imposible saber los números, sino porque tampoco sabemos cuántas masacres ocurrieron. Van siempre apareciendo nuevos rastros del terror. En la memoria de las familias víctimas, en los documentos donde fueron registradas o en una fosa común que se descubre.

Las masacres estatales siempre dejan marcas. Y finalmente, la importancia última no es la cantidad de muertes sino quién fue el perpetrador, cómo fue la planificación para llevarla a cabo y cuáles son las víctimas, sobrevivientes y familiares que resisten el olvido.

¿Qué sucedió en la masacre de El Zapallar?

Un informe estatal del Ministerio del Interior de 1936 —tres años después de la masacre— describe que familias moqoit divididas en tres grandes grupos se estaban yendo hacia el pueblo de El Zapallar, entonces Territorio Nacional y actual localidad de General San Martín en el Chaco. Era el 6 de septiembre de 1933.

Los grupos moqoit se acercaron al pueblo de El Zapallar porque en la zona donde ellos solían pescar, cazar y recolectar semillas no podían hacerlo. “Los alimentos escaseaban y el hambre y la miseria amenazaban con acabar la tribu”, se describe en el informe estatal.

Otros testimonios, incluidos en la investigación judicial del momento, también mencionan que un grupo venía de la Reducción de Napalpí y que habían sido convocados a esa zona para trabajar en unas nuevas vías del ferrocarril. Un trabajo para el que siempre fue utilizada la mano de obra indígena: abriendo picadas en el monte, soportando las altas temperaturas, las picaduras de insectos y animales y, siempre, mal pagos.

Acamparon en las cercanías de El Zapallar. Pero algo iba a salir mal.

En su libro Guaycurú Tierra Rebelde, Jorge Ubertalli menciona que el diario La Prensa, en su edición del día 7 de septiembre, afirmaba que “llegaron noticias al pueblo de que un grupo de indígenas mocoví (moqoit) querían procurarse alimentos a cualquier costa”.

Mientras tanto, los vecinos de El Zapallar comenzaron a exigir que se “tomen medidas urgentes” porque eran “indios malos y guerreros, con el propósito de asaltar a la población”. Las denuncias de los criollos de la zona se retroalimentaban con las noticias de la prensa.

El comisario Francisco Prestera a cargo de la comisaría de El Zapallar pidió refuerzos a Resistencia, la capital chaqueña, y también se reunieron grupos de civiles armados.

Sin embargo, esa aparente “peligrosidad” de la columna indígena que estaba ingresando al pueblo de El Zapallar se explica de otro modo en el informe estatal: “marchaban adelante las mujeres y los niños, a continuación los viejos y, a cierta distancia, un tercer grupo constituido por adultos, queriendo significar así que iban con carácter de paz y a pedir socorro”.

A media tarde del 7 de septiembre, las tropas policiales y el grupo de civiles armados los recibieron a los tiros. “Fue una estúpida carnicería», reconoce en el informe del Ministerio del Interior y afirma que la masacre fue «un mal entendido».

Pedro Valquinta, moqoit, sobreviviente de esa masacre (también de la de Napalpí), contó en una entrevista que le realizó el historiador qom Juan Chico: “Bien temprano nos fuimos al Zapallar y dijo el cacique que el que quiere comprar algo o quiere pedir lo puede hacer ahora en el poblado. Pero bajaron los milicos de los camiones, algunos de a pie, y comenzaron a disparar sobre la gente y nos desparramamos (…) Ahí nosotros sacamos nuestro gorro como señal de paz, pero ya mataron”.

Luego quedaron detenidos, el cacique Luis Durán, líder del grupo moqoit, junto a muchas otras personas, incluidas mujeres, niñas y niños que acompañaban en las columnas. Al poco tiempo fueron liberados y la mayoría de los testimonios del expediente de la investigación sobre la masacre dan cuenta del carácter pacífico de la marcha indígena.

Pedro Valquinta, sobreviviente de la masacre del Zapallar y Napalpí. Foto: Fiscales.org.ar

¿Por qué fueron reprimidos y asesinados los moqoit en El Zapallar?

La estigmatización sobre las comunidades indígenas y la habilitación de la represión en los discursos públicos, estatales y de los medios de comunicación es una condición casi sine qua non en los momentos previos a que se desate el accionar represivo. En este caso, una vez más, se había comenzado a construir la imagen de un otro peligroso, malonero, que podía atentar sobre esa población “blanca y civilizada”, sobre un “nosotros” antagónico a esos “otros distintos”, esos que en supuesto malón quieren ingresar a El Zapallar. Entonces había que estar alerta. Civiles y policías. Eran indígenas ingresando al pueblo.

Y del mismo modo había sucedido nueve años antes, un 19 de julio de 1924, en la masacre de Napalpí. Y pasaría, catorce años después, un 10 de octubre de 1947, en la masacre de La Bomba. La construcción de ese enemigo público, terminó en represión. En Napalpí las víctimas fueron qom y moqoit, y en La Bomba, pilagá. En ambos casos fueron masivas las muertes. En ambos casos duraron varios días las persecuciones.

Una característica que se repite en las tres masacres tiene que ver con que los grupos indígenas habían osado ocupar el espacio público. Hacerse visibles. En Napalpí, cuando se reunieron centenares de qom y moqoit denunciando las pésimas condiciones de vida a las que eran sometidos en la reducción estatal a las que habían sido confinados.

En La Bomba, cuando comenzaron a llegar grupos de pilagás, de todos lados, para una celebración religiosa en la localidad de Las Lomitas, un pueblo de Formosa que los gendarmes asumían como si fuera propio. Ese lugar había sido el último centro de operaciones de las campañas militares. En ese lugar, hasta hoy, las comunidades pilagá y wichí de la zona sufren constantemente el hostigamiento de la Gendarmería Nacional.

El cacique Durán obligado a jurar por la bandera argentina en la Reducción Napalpí. Foto: Archivo histórico

Aún hoy la presencia masiva de pueblos originarios en el espacio público sigue resultando molesta para el imaginario social construido de esa Argentina blanca. No son soportables. Ni para las diversas instancias estatales (nacional, provinciales, municipales), ni para sectores de la sociedad civil. Lo indígena, lo negro, lo distinto, debe ser quitado del medio. ¿Será que esos indígenas manifestándose en grupos proyectan en el espejo que no somos tan blancos como se pretende que seamos? ¿Será que por eso molestan?

Ahí radica uno de los objetivos implícitos de las masacres. De Napalpí, de La Bomba y de El Zapallar. La represión no busca no solamente el asesinato masivo. No busca el desalojo efectivo. Busca disciplinar, amenazar, mostrar al resto lo que puede pasar.

El contexto en el que se da la represión de El Zapallar también tiene consonancias con un factor que en el pasado y presente se repite: la privatización de los territorios. En 1933, en Chaco, estaba en pleno desarrollo el proceso de corrimiento forzado de las comunidades indígenas a lugares donde no podían realizar sus formas tradicionales de acceso a los alimentos y vida. Como contraparte, luego de ser conquistadas por la vía militar, esas tierras eran entregadas a manos privadas. Manos privadas que sólo querían al indígena cerca cuando lo necesitaran como mano de obra semiesclava. Si no servía como mano de obra y se acercaba a los pueblos en busca de ayuda, por haber sido corridos de sus lugares, ese indígena automáticamente se transformaba en peligroso.

Luego de la masacre de El Zapalla y una vez liberadas de la cárcel, todas las personas fueron trasladadas a la reducción para indígenas de Napalpí. Otra vez a ser sometidas. Para ser puestas bajo control estatal. Incluso allí fueron mostrados y fotografiados como un símbolo de que habían aceptado ser “civilizados”. Aceptado luego de ser violentados. ¿Qué opciones había? ¿Cuánto podían elegir?

El agrónomo de la Reducción Napalpí con los hijos del cacique Durán. Foto: Archivo histórico

La justicia, la memoria y la verdad

Las masacres de Napalpí y La Bomba tuvieron sentencias en las que se las declararon como crímenes de lesa humanidad en el marco de un genocidio contra los pueblos indígenas de nuestro país. Actualmente, la Unidad de Derechos Humanos la Fiscalía Federal de Resistencia, la misma que llevó a cabo el proceso que culminó con el Juicio por la Verdad por la Masacre de Napalpí, se encuentra llevando adelante una investigación sobre los hechos ocurridos en El Zapallar con la pretensión de poder comprobar que sea un delito de ese tipo.

Con ese objetivo, los fiscales Federico Carniel y Diego Vigay dieron a conocer hace unos días un listado de sobrevivientes moqoit que estuvieron detenidos —junto a familiares— en la Comisaría de El Zapallar para recabar más información y testimonios de sobrevivientes. Ellos son Cacique Luis Durán, Martín Carete, José Andique, Patricio Nolasco, Ramón Tomas, Don Esteban, Celestino Pedro, Ramón Chico, Pablo Martínez, Lorenzo Ocampo, Rojas, Gregorio Diez, Gregorio Mendoza, Juan Segovia, Jose Valerio, Antonio Melgarejo, De Los Santos Rodríguez, y Marcelino Durán.

Hasta el momento, la provincia del Chaco sancionó la Ley 7403 que declara el 9 de septiembre como un día de duelo en conmemoración de la masacre de El Zapallar. Fue promovida por los diputados Rubén Guillón y Orlando Charole, en 2014, cuando aún no se tenía determinada con precisión el día exacto de la masacre, pero sí estaba demostrada en diversos documentos y testimonios su ocurrencia en esos días de septiembre.

Foto: Martín Luis Vallejos

Revisar estos procesos represivos y sus instancias de juzgamiento permite reconocer como propias esas masacres que ocurrieron en el siglo XX. Y cuando las conocemos se impone una nueva pregunta: ¿cuánto hacemos para que trasciendan estas historias, para que se difundan, para que las víctimas y sus familiares tengan la reparación que se merecen? ¿Cuánto hacemos para que los victimarios que las llevaron a cabo, las personas y las instituciones responsables, tengan sus condenas públicas?

Porque de esa sucesión de masacres estatales sobre pueblos indígenas se compone nuestra historia, porque esa sucesión de masacres (que son muchas más) marcan una línea represiva sin la cual no se puede pensar hoy la relación entre Estado y pueblos originarios.

Esa sucesión de masacres, cada una con sus diferencias y diversos procesos de terror, fueron guardadas en las memorias colectivas de las comunidades y van saliendo a la luz. Fueron sostenidas en las historias familiares y comunitarias y debieron esperar y circular entre secretos hasta que pudieron hacerse públicas. Fueron guardadas en un continúo tamborileo entre la resistencia de la memoria y el peligro de nuevas violencias represivas y las estigmatizaciones en los territorios.

No es fácil transitar esos recuerdos al mismo tiempo que continúan las amenazas por desalojos y que las condiciones de acceso a la salud, la educación, la tierra, la justicia y el trabajo se restringenConocerlas, juzgarlas y difundirlas son formas de resistencia. Es continuar y acompañar el proceso que desde hace décadas vienen llevando a cabo las comunidades indígenas. Queda en cada uno qué hacer con eso.


 

Fuente: servindi.org

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