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Fuentes: COMUNICAN - Imagen: El presidente Trump y Marco Rubio, el secretario de Estado.

Fuentes: COMUNICAN - Imagen: El presidente Trump y Marco Rubio, el secretario de Estado.

Sin dudas, desde el comienzo de su segundo gobierno, Donald Trump ha puesto su foco en América Latina, y sus medidas han atacado especialmente a la región, con amenaza de deportar a «millones y millones» de inmigrantes y la decisión de imponer aranceles.

Las órdenes ejecutivas que ha firmado indican que planifica tratar a sus aliados del sur como si fuesen enemigos.

Sabe que para defender los intereses imperiales tiene aliados locales como Javier Milei en Argentina, Daniel Noboa en Ecuador, José Raúl Mulino en Panamá o Nayib Bukele en El Salvador.

El dream team ultra

Los altos cargos elegidos por Trump para relacionarse con América Latina configuran un verdadero dream team ultraderechista. En primer lugar, Marco Rubio, el Secretario de Estado de origen cubano, es un firme defensor del bloqueo y las sanciones a Cuba y a Venezuela, además de ser aliado cercano de la familia Bolsonaro de Brasil, de extrema derecha. Junto él Mauricio Claver-Carone, Richard Grenell y Tom Homan, radicales defensores de la mano dura.

Como Enviado Especial para América Latina fue nombrado otro floridano, Mauricio Claver-Carone. En el primer gobierno de Trump fue asesor de Asuntos Internacionales en el Departamento de Tesoro, director ejecutivo en el Fondo Monetario Internacional (FMI), y director de Asuntos del hemisferio occidental en el Consejo de Seguridad Nacional. En 2020 fue elegido presidente  -fue único candidato- del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)

Tom Homan, actual responsable del actual plan de deportaciones masivas, fue el arquitecto de la polémica política de “tolerancia cero” que en 2018  que condujo a la separación de miles de niños migrantes de sus padres en la frontera entre Estados Unidos y México.

Asimismo, Trump nombró al exembajador en Alemania, Richard Grenell, enviado especial del presidente para misiones especiales, como Director interino de Inteligencia Nacional,

Patio trasero

Trump “vuelve” a la región con un propósito básico: intenta recuperar y afianzar la condición distintiva de América Latina como esfera de influencia excluyente, como su patio trasero. Como un punto de partida relevante para esta relación la declaración conocida como “Doctrina Monroe”, enunciada en 1823 por el entonces presidente James Monroe. La frase “América para los americanos” tuvo como finalidad combatir cualquier tipo de injerencia de potencias extra continentales en América.

El economista Claudio Katz señala que la evolución de las exportaciones de productos primarios latinoamericanos en las últimas dos décadas se debe principalmente a la aparición de China como un gran demandante de estos. Las transformaciones de conectividad territoriales en China generaron una gran necesidad de importar minerales para sus obras de infraestructura, hidrocarburos para su consumo energético y alimentos para los cientos de millones de habitantes urbanos.

Por estos motivos, China buscó aumentar sus relaciones con América Latina, región donde se localiza el 40% de la biodiversidad mundial, el 25% de los bosques y el 28% de las fuentes acuíferas, el 85% de los depósitos conocidos de litio, el 43% de cobre, el 40% de níquel y el 30% de bauxita, entre otros recursos.

Trump se juega mucho en la región, pues América Latina es totalmente estratégica para un Estados Unidos que parece abrir una nueva etapa en su decadente ciclo imperial, por sus recursos naturales, energéticos y minerales que se suman a las exigencias logísticas y militares de su gobierno. Para poner en marcha sus pretensiones, Trump se vale de los gobierno cipayos antes de practicar una injerencia explícita.

Nadie olvida que Estados Unidos fue un actor crucial en el establecimiento de dictaduras militares en la región, aunque a menudo su penetración fue a través de las embajadas y de políticos cómplices, lacayos locales en el terreno.

Ellos y los adoradores de Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) –la reunión de la extrema derecha regional-, han validado el relato mentiroso de la extrema derecha estadounidense sobre “lo woke” y comparten con el movimiento Make America Great Again (MAGA) de Trump su odio a las mujeres, las diversidades o los migrantes.

Pero no son estos los seguidores que le interesan a Trump; al fin y al cabo, ya cuenta con ellos. No, el gobierno estadounidense pretende asegurar el favor de ciertos gobiernos en la región, más allá de que le rían las gracias influencers ultraderechistas de tres al cuarto bajo la manida excusa de la “batalla cultural”.  Y para ello “seduce” a presidentes y líderes afines que están en disposición de arrodillarse ante el jefe.

El Estados Unidos de Trump vuelve a activar viejos mecanismos de intervención imperial en América Latina. Su actual enfoque para la región es claro: hay gobiernos “muy buenos” (es decir, alineados con Washington) y gobiernos “muy malos” (pragmáticos, independientes o confrontativos). Y con muy poco espacio para los que quieren  disfrazarse de gris. En este sentido,

Trump espera obtener sendos réditos estratégicos y económicos a cambio de apoyo cuando lo necesiten. Entretanto, el gobierno de Estados Unidos espera ver emerger futuros gobiernos aliados en la región y, para ello, no dudará en participar directa o indirectamente de las diversas competencias electorales que tengan lugar.

El libertario argentino Javier Milei ya anunció estar dispuesto a entregar considerables concesiones a Estados Unidos en el proceso de subasta de los activos públicos argentinos y prometió poner en marcha el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), o sea, facilitar la penetración del capital privado estadounidense en los recursos minerales y energéticos del país.

A cambio, recibió el apoyo de un Fondo Monetario Internacional que nuevamente ha endeudado al país en otros 20 mil millones de dólares.

Mulino amagó con plantarse frente al impulso del imperialismo trumpista contra Panamá, pero terminó haciendo enormes concesiones: canceló su participación en la Ruta de la Seda de China y firmó un acuerdo que permite el despliegue de tropas estadounidenses en suelo panameño. Lo mismo quiere hacer el ecuatoriano Daniel Noboa, modificando la Constitución para que EEUU pueda instalarse militarmente en el país (ya posee base en Manta y dominio de las Galápagos).

El caso de El Salvador es también llamativo. A cambio de un lugar destacado en el ecosistema de la ultraderecha occidental y en conferencias como la CPAC, Bukele ha aceptado asumir parte de la agenda migratoria y racista del gobierno de Trump, poniendo a su disposición su macro cárcel, el CECOT, donde se violan sistemáticamente los derechos humanos. Trump presiona para que permita el establecimiento de una suerte de Guantánamo en el departamento salvadoreño de San Vicente.

Los asuntos pendientes

Trump sigue teniendo en agenda, incrementar el bloqueo total a Cuba, iniciar una política de ataque en laboratorios de fentanilo en México y derrocar a Nicolás Maduro en Venezuela.  Pero se debe tener mucho cuidado, porque llega frustrado con América Latina por lo que no logró en su primer mandato, cuando su desinterés en la región fue total. Fue el primer presidente, en más de 60 años, en no hacer ninguna visita oficial a un país latinoamericano. Sólo asistió a la cumbre del G20 en Argentina.

Para el analista Juan Gabriel Tokatlian, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Johns Hopkins de Washington, Trump vuelve a la Casa Blanca con una lista de asuntos pendientes en su relación con América Latina. “Llega frustrado con América Latina por lo que no logró en su primer mandato. Esa mezcla de desinterés y furia frente a América Latina, creo que la vamos a ver representada en sus acciones», dice.

Tanto en la campaña de 2016, que lo llevó a la presidencia, como en la de 2024, todo lo referido a América Latina era parte de una agenda negativa: criminalidad, narcotráfico, migración. Para Trump, América Latina no tenía ningún valor positivo… y esto seguirá siendo así.

Trump ve que la región es irrelevante para Estados Unidos y, a su vez, le dice que debe comportarse de una manera determinada para ser merecedora de algo positivo. La imagen de América Latina como dependiente cruza a muchas administraciones, más allá de Trump, pero con él se vuelve algo recargado, que tiene además un componente de revancha.

*Colectivo del Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican), Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Fuente: rebelion.org

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