Escritor: Ollantay Itzamná
A finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, Guamán Poma de Ayala, indomestizo de la zona del Cusco, que aprendió a leer y a escribir en la doctrina cristiana, en su intento de recuperar sus tierras que por herencia le correspondían, escribe varias cartas al Rey, mientras emprende el tortuoso viaje, de más de 1000 Km. de distancia, hacia los tribunales de la ciudad de Lima.
Viaja llevando consigo su manuscrito de más de 400 páginas que luego se titulará: “Nueva Coronica y Buen Gobierno”, con la finalidad de informar al Rey de España sobre la realidad de la administración del Virreinato del Perú y la necesidad de mejorar.
En esta obra, con relato y con dibujos, Guamán Poma, de manera resumida, cuenta sobre la vida cotidiana y las festividades del pueblo quechua. Específicamente, se refiere a las fiestas del mes de noviembre que se celebraban en el incario en los siguientes términos:
“Noviembre. Aya Marq’ay quilla, este mes fue el mes de los difuntos. Aya quiere decir difunto, es la fiesta de los difuntos, en este mes sacan los difuntos de sus bóvedas que llaman pucullo, y le dan de comer, beber, y le visten de sus vestidos ricos, y le ponen plumas en la cabeza, y le cantan y danzan con ellos, y le ponen en andas y andan con ellas en casa en casa y por las calles y por la plaza, y después tornan a meterlos en sus pucullos dándole sus comidas y vajilla, al principal de plata y oro, y al pobre de barro; y le dan sus carneros y ropa y los entierran con ellas y gastan en esta fiesta muy mucho.” (Guamán Poma, 1980, pp. 179-180)
Esta ritualidad se enmarca dentro de un conjunto de festividades del calendario agrícola y solar del Ande. Agosto (Chacra Yapuy Killa, mes para arar la tierra), Octubre (Uma Raymi Killa, mes del ritual del agua). Noviembre es uno de los meses para la siembra de tubérculos como la papa y otros. En este sentido, el celebrar la transformación, germinación o la “siembra” de la vida humana en el vientre de la Madre Tierra cobra mayor sentido.
La fiesta de los difuntos, así como lo cuenta Guamán Poma, y como se celebra en la actualidad en las comunidades originarias, es un código ritual que expresa las preguntas y respuestas existenciales que todo pueblo, cultura o civilización se hace sobre la vida y la muerte. No sólo se trata de creencias y deseos, sino de certezas existenciales que dan sentido a la vida misma. Quizá en estas preguntas y respuestas que subyacen en esta ritualidad de la fiesta de los difuntos se encuentre la explicación del por qué los pueblos originarios, muy a pesar del acecho o ilusión con la modernidad, sobrelleven con quietud, gratitud y contemplación la vida, ya difícil en sí misma.
Lo que contó Guamán Poma, hace cuatro siglos atrás, continúa vigente, salvo algunas variaciones, producto de las extirpaciones culturales que ejecutaron tanto católicos, como evangélicos.
En la actualidad, ya no cargamos los restos mortuorios biodegradados de nuestros seres queridos por calles y plazas, pero no dejamos de visitar, celebrar, bailar en los cementerios con nuestros seres queridos, con la certeza que ahora o mañana estaremos también nosotros bailando, comiendo y celebrando, desde otras dimensiones, y desde la totalidad cósmica, con los nuestros que aún transitan sobre la Tierra. Lo hacemos con la certeza que todos y todas somos tierra que vive y celebra, y que nuestro origen y destino es el vientre fecundo y fresco de la Madre Tierra.